LA GRAN ESFINGE DE
GUIZA: MITO Y REALIDAD
Hoy en día resulta difícil concebir un artículo sobre la gran esfinge de Guiza que no repita conceptos ya expresados por muchos otros autores, en los que se detalla su variada naturaleza como espléndido monumento, compartiendo el escenario con las enormes pirámides de la misma dinastía, como obra de arte, como símbolo de la religión antigua de ese pueblo y como objeto de interminables discusiones para determinar los procedimientos de conservación que aseguren su integridad para beneficio de futuras generaciones.
La pretensión de cierta originalidad para este aporte reside en el testimonio que brinda sobre diversas actitudes y comportamientos en torno a este antiquísimo monumento en el Uruguay de principios del siglo XXI y su menoscabado entorno cultural en ciertas áreas del conocimiento.
Una semana antes del 20 de Marzo de 2006 fui invitado por el Gerente del Club Español de Montevideo a asistir a una conferencia que en esa fecha tendría lugar allí a cargo de un español, el Lic. Ignacio Ares (también conocido como Nacho Ares). Dicho disertante había sido propuesto por un docente de la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República y de la Universidad de Montevideo, el Lic. Nelson Pierrotti, a nombre de la Sociedad de Estudios de Historia Antigua (SEHA) local y por un Instituto Sir William Flinders Petrie, integrado por las mismas personas. Ignacio Ares también debía ir a dar otra conferencia dos días más tarde en el Museo de Historia del Arte de Montevideo invitado por el Departamento de Cultura de la Intendencia Municipal de Montevideo y por la misma Sociedad de Estudios de Historia Antigua y el referido Instituto.
Entre los datos curriculares del disertante se mencionaban más de 250 artículos supuestamente de “investigación”, numerosos libros y el cargo de director de una revista española de divulgación sobre arqueología que cuenta con el patrocinio nada menos que de la Reina Sofía de España.
El título de la primera conferencia hacía pensar en una exposición científica, de corte académico, pues era “La Gran Esfinge de Gizeh, Problemas de identificación y cronología”, aunque debo declarar que las tajantes afirmaciones del disertante en el resumen sobre estudios tipológicos que “han demostrado” algo y que es “hoy atribuida al reinado de Keops o de Djedefra” comenzaron a despertar dudas en mí sobre la validez de lo que se iba a decir.
Como nunca había oído hablar de esta persona en congresos o seminarios internacionales de egiptología, más allá de unas Jornadas de divulgación con aspectos discutibles que habían tenido lugar en Montevideo poco tiempo antes, procuré investigar acerca de quien se trataba realmente este personaje que nos visitaba acompañado de tales brillos curriculares.
Para mi gran sorpresa, confusión y asombro luego, de la propia pluma del disertante invitado, en sus numerosas páginas de internet sobre el antiguo Egipto y muchos otros temas relativos a supuestos enigmas y misterios del pasado, descubrí que este señor aceptaba como un hecho la presencia de OVNIS en la época faraónica, había participado como “protagonista” en reuniones de avistamiento (alertas OVNI) en España y se expresaba en todo como uno más de tantos autores del tema esotérico que utilizan a la egiptología para sus propios fines de promoción personal.
De inmediato y varios días antes de las fechas fijadas para esas conferencias, procedí a poner en conocimiento del Club Español, de la SEHA y del Departamento de Cultura de la Intendencia de Montevideo esos tópicos que el curriculum publicado del conferenciante no mencionaba, pero no tuve respuesta alguna y las dos conferencias siguieron firmes en las fechas programadas.
Asistí a la primera de ellas sobre la esfinge de Guiza y tal como sospechaba, el numeroso público que acudió fue sometido a una sucesión de bellas y coloridas imágenes así como a un cúmulo de conceptos disparatados y ajenos a la realidad como jamás antes había yo leído o escuchado en el breve espacio de menos de una hora.
Como estoy seguro que esas mismas ideas no son todas originales del disertante, sino que en su mayoría las tomó de diversas fuentes fuera de la egiptología profesional o académica, el lector puede encontrarse con ellas en otros medios de difusión escrita u oral y conviene pues que analicemos lo que allí se dijo y su grado de credibilidad.
A poco de empezar, I. Ares nos informó que según ciertos “investigadores” podría muy bien haber habido una segunda gran esfinge en Guiza. La evidencia aportada por el disertante incluía el cuidadoso ocultamiento que su fuente era en realidad un guía turístico egipcio que en un restaurante de El Cairo le había explicado su teoría, tal como consta en una de las páginas en internet del conferenciante, en unas fotos aéreas de la zona de Guiza, en las que no se podía apreciar nada ni remotamente parecido a una esfinge, en la dualidad presente en algunas concepciones del antiguo Egipto, que vaya a saber uno por qué, se extendían a la esfinge de Guiza y otras fotos de algunas piedras sin forma alguna aquí y allá, sobresaliendo de la arena circundante.
Con tal “evidencia” el autor de la teoría estaba indignado porque la Organización de Antigüedades egipcia no le había prestado ni la más mínima atención a su “descubrimiento”.
A continuación, el conferenciante se refirió a la Estela del Inventario, descubierta por Mariette a mediados del siglo XIX, que calificó de “muy antigua”, aunque admitió que ha sido fechada en la dinastía XXVI. Se la llama así por el inventario de estatuas de diversos dioses que fueron restauradas y restituidas en sus lugares originales por manos piadosas.
Como se menciona en ella al rey Keops (Khufu) haciendo una declaración respecto a las pirámides y supuestamente, la esfinge, indicaría la presencia de esta última en Guiza mucho antes de lo que dicen los egiptólogos.
Lo que el disertante ocultó o ignora es que dicha estela se debe fechar inexorablemente en la dinastía XXVI porque su estilo pertenece a esa época de la historia egipcia, porque en ella se menciona uno de los nombres del rey Amasis (“Elegido de los dioses”), el lenguaje en que está escrita es del Imperio Medio o Egipcio Medio, que en un afán arcaizante se usaba en documentos saítas, porque el templo de la diosa Isis a que Keops se estaría refiriendo no existía en la Cuarta Dinastía sino que fue construido muchos siglos después del Antiguo Imperio y los dioses mencionados en la estela incluyen a Harpócrates, dios tardío cuya existencia en tiempos de Keops nadie ha podido probar.
La mención de Keops es parte de un recurso literario común en la Baja Época de poner en boca de grandes nombres del pasado las acciones piadosas u otras que ellos mismos llevaban a cabo en beneficio de antiguos monumentos muy deteriorados por el transcurso del tiempo.
Si los egiptólogos empleáramos la metodología ligera y falaz que otros utilizan sin escrúpulo alguno, diríamos que el ataúd de madera hallado en el siglo XIX en la cámara funeraria de la pirámide de Micerino (Menkaura) en Guiza inscripto con su nombre, es “prueba” de que esa pirámide le perteneció a ese rey, pero la ética profesional no lo permite, es un ataúd de estilo saíta y sólo indica que en esa época la tradición lo afirmaba y por ello hicieron ese ataúd y pusieron los huesos recogidos en la cámara funeraria en su interior.
Lo curioso es que la gran esfinge de Guiza no está mencionada para nada en esta estela, pues de lo que se habla allí es de un número de estatuas de dioses y sus características, donde se indica el material de que estaban hechas y medidas de las mismas, entre las cuales hay una de Harmakis bajo la forma de una esfinge, pero se indica que tenía siete codos de altura o longitud (unos 3,6 m), de modo que a menos que la gran esfinge de Guiza se hubiera “misteriosamente” encogido temporalmente por las lluvias ocasionales que todavía caen en El Cairo y sus alrededores, la mención que el conferenciante hizo de esta estela fue totalmente irrelevante.
En otras palabras, la mención de una estela usando comentarios ambiguos y en base a una lectura incompetente de lo que dice muestra ya un estilo retórico sesgado que se repitió una y otra vez en esta disertación, como veremos a continuación.
El siguiente tema donde se transmitieron conceptos errados sobre la esfinge fue cuando se pretendió afirmar que recientes estudios iconográficos “habrían demostrado” que el faraón representado en ese monumento no era Kefrén sino Keops o quizás su inmediato y efímero sucesor Djedefra.
Es cierto que R. Stadelmann, egiptólogo profesional del Instituto Arqueológico Alemán de El Cairo, hizo conocer hace unos años su opinión de que la esfinge representaba más probablemente a Keops y en una conversación que tuve con él en el Congreso Internacional del año 2000 en El Cairo, admitió que la evidencia utilizada por él era principalmente de naturaleza iconográfica.
Debemos tener en cuenta que la iconografía es un elemento probatorio más bien pobre pues es bien sabido que las representaciones de los reyes en el antiguo Egipto no eran realistas sino idealizadas y si fuéramos a determinar el verdadero aspecto de faraones por representaciones de los mismos, aún contemporáneas o separadas una de otra por pocos años, nos veríamos en serias dificultades.
El caso más notorio es el de Amenofis IV (Akhenatón) quien al principio de su reinado aparece en estatuas junto a su esposa Nefertiti con un aspecto completamente normal y luego adopta otro con rasgos y cuerpo tan distintos que algunos hasta han creído ver síntomas de enfermedades, aunque la explicación más probable se centre en motivos religiosos y en los cambios en los cánones artísticos de ese período.
Además basta contemplar un mapa de la zona de Guiza para ver que una esfinge asignada a Keops queda ubicada a gran distancia de su pirámide y en posición inexplicablemente alejada de su complejo funerario.
De modo que la falsa seguridad que transmitió el conferenciante mostrando algunas imágenes y comparándolas no refleja ningún cambio en la posición tradicional y mayoritaria que los egiptólogos hemos adoptado al respecto.